El Convento dos Capuchos se encuentra dentro del Parque Natural de la Sierra de Sintra, a unos 8 km de la villa.
Quien espere ver uno de esos monasterios manuelinos portugueses tan imponentes que no se sorprenda; en este caso, estamos hablando de una pequeña construcción en piedra, muy humilde, fruto del voto de extrema pobreza de los monjes franciscanos que vivían en él, pero no por ello menos interesante. De hecho, el convento tiene un cierto halo de misterio (al que contribuye el frondoso jardín que lo rodea) e impacta, precisamente, por su austeridad, pues al visitarlo resulta fácil imaginarse a los ocho franciscanos que lo habitaron haciendo penitencia entre sus angostas paredes.
El monasterio, bautizado como Convento de Santa Cruz dos Capuchos en su origen, fue construido por Alvaro de Castro, hijo del virrey de las Indias, en el siglo XVI.
Dentro del complejo encontramos la capilla del Senhor dos Pasos, donde aún podemos apreciar restos de azulejos azules que representan escenas de la Pasión de Cristo, y la iglesia, a cuya izquierda se sitúa la Sala do Coro Alto, donde se entonaban los cánticos durante las misas.
A través de un estrecho corredor encontraremos las celdas, habitáculos muy pequeños con un espacio en la roca para dormir (vemos, por su tamaño, que los monjes ni siquiera podían dormir estirados, lo que da idea de las durísimas condiciones de vida que se imponían).
También podemos ver en el monasterio una cocina, una biblioteca, el refectorio (apenas una losa de piedra) y la Sala do Capitulo, recubierta de corcho. Por último, un patio interior presidido por una gran fuente hexagonal y por la Capela do Senhor Morto, con frescos de San Francisco y San Antonio a los lados.
Os recomendamos la visita al Convento dos Capuchos si queréis haceros una idea bastante aproximada de cómo era la vida austera que los monjes franciscanos llevaban en este lugar.
Se puede llegar a él desde Sintra, en autobús o en coche, a través de una serpenteante carretera. A la entrada encontraremos un parking y una caseta donde comprar las entradas. El acceso al recinto en sí se hace por un camino de gravilla.